Palabras de Juana Azurduy

Cuando conocí a Manuel lo amé con esa frescura propia de las jovencitas, andaba día y noche pensando en él. Ni siquiera lograba concentrarme en las tareas del campo. Era un sentimiento pueril, pero por aquel entonces estaba convencida de que eso era el amor... Luego, él me correspondió y vino la boda. Entonces me di cuenta de que lo anterior había sido demasiado ingenuo. En esa nueva etapa, el amor se transformó en deseo, candor, frenesí...
Luego los hijos llegaron para aminorar ese fuego y endulzar la pasión. Tuve la sensación de que el amor tal vez fuera eso, ir con los pequeños al monte, al río, comer frutas, sonreír a la luz del sol o de la luna... Pero no fue suficiente cuando mi Manuel se fue a guerrear. lo extrañaba con locura, rogaba día y noche por él, hasta que decidí seguirlo. 
En la guerra vivimos otro amor, el de los ideales, el de las caricias llenas de pesares, el de hacer lo que fuera para salvarnos uno a otro y proteger a los niños. Era el amor de las fieras que se aparean en la oscuridad mientras acechan a su presa o se esconden de sus depredadores.

Fragmento de la historia: Bajo el designio de un rayo, de Fernanda Perez.

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