La historia de mi vida
Vincularse tiene sus complicaciones, pero entablar un vínculo desde cero con uno de nuestros progenitores, de adultos, es uno de los desafíos más complejos que existe para ambas partes. Si tuviste la oportunidad de crecer con tus padres, el vínculo se construye solo. Se va dando, indefectiblemente, para bien o para mal, pero si eso no paso y el encuentro se dio años más tarde, sean cual sean las circunstancias, el desafío que queda por delante es construir esa relación.
Llegar a ese punto requiere que las dos partes se comprometan con el proceso. Compromiso vincular lo llamaría, con todo lo que eso implica. ¿Cómo hago para establecer una relación con mi madre/padre? Bueno, lamento decirles que no hay manual para eso. Se va improvisando bastante. Prueba y error. Y si a todo ese cóctel le agregamos las expectativas, el resultado puede derivarse en dos caminos: que funcione o que no funcione. Y en ambos casos, es responsabilidad de ambos.
Un retroceso
Cuando me encontré con mi viejo tenia cero expectativas y esto lo digo con total sinceridad: estaba preparada para lo que sea. Los años de terapia habían hecho de lo suyo y sabia muy bien que, al forjar el encuentro, me exponía ante dos situaciones: el SI y el NO. 50% y 50%. Había mucho por perder, pero también mucho por ganar.
La verdad es que deseaba con todo mi corazón saber de dónde venia. La identidad es un derecho, el más importante, y durante 22 años había sido completamente vulnerado para mi. El impulso interno por saber quién era estaba muy latente. El desconocimiento de mi persona se estaba comiendo mi vida. Ya no me dejaba ni dormir. Había llegado el momento y no se podía postergar más. La estaba pasando muy mal. Mi vida se había detenido en el tiempo, en todos los aspectos que se puedan imaginar. No estudiaba, no podía ni siquiera dar un examen oral y mirar a los ojos a mis profesores, estaba con una depresión galopante que la tapaba con comida y alcohol. Tenia ataques de pánico y miedo. Estuve durante meses, mientras podía, durmiendo con la luz prendida. También tuve peleas con amistades que terminaban en un desborde emocional a las 5am, donde la llamaba desesperada a mi vieja con la firme certeza que tenía que irme de Río Cuarto.
En paralelo a todo eso, la búsqueda de mi viejo. Encontrar a una persona que no conoces puede ser la cosa más jodida del mundo, pero debo admitir que las redes sociales fueron de gran ayuda. Aún así, me llevó tres años, de manera intermitente, claro, porque también estaba presente el sentimiento de culpa y traición hacia mi vieja por lo que estaba haciendo.
Después entendí y reitero, LA IDENTIDAD ES UN DERECHO. Y sí, en todo ese proceso, me empape de historias de hijos de desaparecidos y comprendí su dolor, mi dolor. Fueron de gran ayuda para mitigar la culpa y el enojo.
Lo único que quería saber era cómo había pasado todo. Bah, en realidad, qué paso. Y cuando lo vi solo pude atinar a decir eso: qué paso. Tenía un nudo en la garganta, la incertidumbre contenida. Ya todo estaba hecho, lo que vino después fue un efecto dominó increíble. La pieza que faltaba en el rompecabezas, la llave que abrió la puerta hacia una nueva vida. Volví a nacer.
Todo salió mejor de lo esperado. Ese 16 de julio de 2015 me saque una mochila enorme, la sensación de tranquilidad y alivio que sentí nunca más la volví a experimentar, no podría explicarlo con palabras. Con eso, llegó todo lo demás, familia, hermanos, una nueva dinámica familiar y en esa nueva realidad el desafío de vincularse con un padre. Raro.
Seis años después
El desafío sigue siendo el mismo: vincularnos, pero ahora se trata de sostener eso. Que se yo, en esto estoy surfeando. A veces parece que bien, otras veces todo mal jajaj lo único que se es que esta historia no se parece en nada al común de la gente, de las familias. No tengo parámetro de medición, es única como cada relación, como cada familia.
Lo único que deseo, cada día de mi vida, es que esto crezca y que no se marchite con el tiempo. No volvamos a ser dos desconocidos. Somos familia, padre e hija.