A la mañana siguiente, me desperté al alba. Había dormido mal y poco, no porque hubiese pensado en Oscar, en su traición, en la cantidad de mensajes que me dejaba por día, ni en el divorcio que enfrentaria a mi regreso, ni en la decepción que causaría a mis padres, nada de eso; me atormentaba el extraño corredor solitario. ¿Por qué me había obsesionado con él? Analizándolo desde un punto de vista psicológico, resultaba probable que en él hubiese hallado una vía de escape a tanto dolor, una distracción agradable, o quizás una manera de vengarme. Como fuese, me importaba un rábano. La Victoria prudente, que solo tenía ojos para su esposo, estaba vistiéndose para salir a correr por la playa con la clara intensión de encontrar a un extraño y darle conversación. No contaba con ropa adecuada, por lo que me puse unos pantalones de Sol. Me abrigue con un polar y una campera. Inicié un trote ligero y encaré en dirección contraria a la que él traía el día anterior. El corazón se me desbocó al ...
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